sábado, 31 de julio de 2010

Pesadilla en Elm Street

De Viernes 13 a La mataza de Texas, la mayoría de los clásicos del cine de terror de los 70 y 80 han sido revisados por Michael Bay como productor. Es un pésimo director (La Roca, Pearl Harbour) y como tal le dedicaron hasta un capítulo en South Park, pero demuestra claramente que tiene olfato para ganar pasta en la taquilla.

Sólo en Las colinas tienen ojos se sacó cierto partido al remake. En el resto la fotocopia palidece ante el original y esto también sucede con Pesadilla en Elm Street. El impacto que causó la película de Wes Craven en el año 84 se queda ahora en nada. Escenas calcadas, prácticamente ninguna variación en la trama y nula capacidad de sorpresa. Hay actores nuevos todos con pinta de haber salido de La saga Crepúsculo, es decir caras blanquísimas y aspecto vampírico.

Tras 8 secuelas (la última hace apenas 7 años), Freddy Krueger estaba ya más que quemado, achicharrado. Lo único interesante es ver lo que hace con el personaje del asesino Jackie Earle Haley (que fue candidato al Oscar hace un par de años por interpretar a un pederasta). Es verdad que resulta inquietante en las escenas en las que se explica el origen de Freddy, pero estamos hablando de escasos minutos mientras en el resto nos da igual que sea él o Jorge Javier Vázquez el que hace del monstruo, ya que no se le ve un pijo detrás de kilos de maquillaje.

Así que al director, Samuel Bayer, más le vale heredar el negocio farmacéutico de su familia (si es que tiene algo que ver con los Bayer de las aspirinas) porque lo del cine no se le da demasiado bien, sobre todo si se dedica a plagiar (aunque sea de forma autorizada) lo que ya hicieron otros mejor.

viernes, 30 de julio de 2010

Villa Amalia

El último cine francés tiene fama de ladrillo, en muchos casos con fundamento, pero como cualquier generalización puede ser injusta. Villa Amalia recoge lo mejor y lo peor del país vecino: Temas diferentes, atractivos, que por supuesto nunca Hollywood (ni el cine español) abordará, pero con una forma narrativa morosa, a veces crispante.
Isabelle Huppert es de nuevo pianista aunque, a diferencia de la película de Michael Haneke en la que también lo era y encontraba placer sexual en cortarse la vagina con una cuchilla de afeitar, aquí decide plantar a su infiel marido y dejarlo todo para huir lejos del mundanal ruido. La actriz francesa clava como nadie estos papeles de tía borde.

Nos da mucha envidia verla en playas desiertas de la Bretaña o con vistas espectaculares desde una recóndita villa italiana mientras en España cuesta encontrar hueco para la sombrilla. Y tal vez también nos dé envidia ver cómo se escapa para iniciar una vida quizá más solitaria pero seguro que más feliz. Lástima que no tengamos pianos por los que nos paguen un pastón en efectivo como a ella.

En pleno verano tenemos más tiempo y más paciencia para disfrutar del cine contemplativo, pero a ratos apasionante, que nos ofrece Benoît Jacquot. Habrá quién lo encuentre irritante, pero hay veces en las que merece la pena hacer un pequeño esfuerzo para alejarse de todo, aunque sea sólo viendo una película.