lunes, 22 de noviembre de 2010

La Red Social

Lo primero que sorprende de La Red Social es que haya tenido éxito en la taquilla. Es verdad que la recaudación no ha sido muy abultada en la España de Belén Esteban, pero sí en EEUU. El relato es relativamente complicado, la narración sobre el nacimiento de Facebook no ahorra en detalles, los puntos de vista se multiplican y acaba convirtiéndose en una película de juicios sin juicios.

Lo segundo que sorprende es que David Fincher se refugie en un estilo más o menos clásico (aunque no puede evitar “finchear” en la escena de la regata o en la cena en el restaurante japonés, con una puesta en escena decididamente barroca, excesiva, retorcida) y en un guión de Aaron Sorkin (creador de El Ala Oeste de la Casa Blanca, quizá lo más opuesto que se puede encontrar a Seven o a El club de la lucha) para poner a caldo al creador de Facebook.

Y quizá lo más sorprendente de todo es que este retrato amargo, cruel e incluso despiadado sirva para colocar a Mark Zuckerberg en el olimpo de los ídolos de frikis y no frikis, de estudiantes de informática y de empresariales, sedientos de dinero rápido y de ese éxito reluciente que tan bien muestra Fincher.

Las dos horas y media de La Red Social ansían hacer un retrato redondo sobre los mecanismos de poder de nuestro tiempo, sobre los nuevos modelos sociales y sobre cómo al burro (emocional) le puede sonar la flauta por casualidad. Superado un inicio algo aburrido, Fincher remonta el vuelo y consigue apasionar.

Lo más paradójico es que con una crítica tan severa y tan bien construida, el personaje negativo, con fracaso vital incluido ya sea un modelo social. Facebook ahora es el tercer país más poblado del mundo, pero probablemente alguien en alguna universidad ya esté creando su Némesis. Y seguro, seguro, le habrá encantado esta película y admirará a Zuckerberg…

martes, 16 de noviembre de 2010

Tamara Drewe

Stephen Frears parece empeñado en dar una de cal y otra de arena. A la apasionante La Reina siguió Cheri, intrascendente ejercicio que parecía un autohomenaje a su obra maestra absoluta, Las amistades peligrosas. Ahora, suma a su irregular filmografía una desconcertante comedia con tintes intelectuales e interés variable.

Variable porque a una primera parte aburrida que sólo provoca bostezos y estupefacción (esa idílica comunidad poblada de escritores, el improbable concierto con precipitado final, la llegada de Tamara narrada con increíble desgana) le sigue una divertida e inesperada segunda mitad, en la que se precipitan los acontecimientos, los cotilleos y los enredos hasta llegar a un excelente final.

Como divertimento no está nada mal (superados los 45 minutos iniciales sin echar una cabezada) aunque de Frears siempre esperamos más.