martes, 28 de junio de 2011

Hanna

Después de Orgullo y Prejuicio y Expiación, el director Joe Wright ha querido huir del cine de época (empezó dirigiendo series históricas en la BBC). Primero se estrelló con El solista y ahora quiere ser el más malote del grupo con esta macarrada llamada Hanna,

Con música de The Chemical Brothers y una historia que juega a cruzar Bourne con un cómic gamberro, la historia nos traslada del Ártico a Alemania pasando por Marruecos (y, ojo, con escala en España) en un thriller turístico, alucinógeno y fallido que, sin embargo, mantiene cierto interés.

Es fallido porque, lejos de las altas y rompedoras aspiraciones que tiene el autor, su indigesto cruce de referencias desde James Bond a Tarantino se convierte en un espectáculo desconcertante y a veces ridículo que en ningún momento le señala como un director realmente original, que es lo que pretendía.


Y mantiene cierto interés porque pasan tantas cosas que es casi imposible aburrirse y porque Cate-me-he-tragado-un-palo Blanchett repite papel de zorrón desalmado y probablemente frígido que tan bien se le da (su personaje se llama nada menos que Marissa Wiegler y con ese nombre sólo puede ser malísima). Además el reparto se completa con Eric Bana y Saoirse Ronan como los buenos.

No hay que perderse ese momentazo español rodado en Marruecos con un paupérrimo cuadro flamenco alucinando a las dos niñas guiris y con dos macarras medio analfabetos seduciendo a las cultas adolescentes extranjeras. Como es habitual, España cutre y tercermundista, vista por el cine americano como si fuese un país más de África.

martes, 14 de junio de 2011

Insidious

El cine de casas encantadas tiene algunos de sus hitos en Amytiville (inolvidable esa familia que abandona precipitadamente su hogar en medio de una explosión de horrores) y, especialmente, en The Haunting de Robert Wise, sometida hace unos años a un vergonzante remake con Catherine Bipolar-Jones.

Poltergeist nos marcó en los 80, con esa extraña mezcla de terror, surrealismo y empalago familiar. Este parece ser, junto a El Exorcista, el modelo de Insidious. Modelo al menos en la narración, de un clasicismo ejemplar. El comienzo nos lleva a una inquietante casa en la que se desarrolla el planteamiento. Mucha sugerencia, drama familiar y una angustia que va in-crescendo ayudada por una excelente fotografía en tonos apagados, que fomenta la sensación de claustrofobia, y una música altamente efectiva.

La segunda parte da un giro para meternos en la atracción de feria, con apariciones y una movida sesión espiritista de por medio. La inteligencia del director y su maestría en el género se demuestra en su control del histrionismo y de las imágenes inquietantes (esa vieja…), y en el sensacional final, de esos imprescindibles para redondear un gran filme de terror.James Wan también dirigió Saw, y allí demostró que más allá de una temática impactante, era capaz de dominar los tiempos y mantener al público clavado en la butaca. En Insidious conserva intacto todo su talento y genera escenas de esas que se quedan grabadas para siempre en la retina del espectador para reaparecer en sus pesadillas.

Año Bisiesto


Los amantes del cine extremo tienen un cita irrechazable con Año Bisiesto. Rodada por un australiano afincado en México y ganadora de la Cámara de Oro (mejor opera prima) en Cannes 2010, la historia de soledad de una mujer que vive aislada de su entorno y que únicamente se relaciona con el exterior buscando sexo rápido e insatisfactorio, es una de las apuestas más radicales vistas últimamente.

La protagonista, Mónica del Carmen (alucinante nombre para una actriz) lo da todo, al menos físicamente. Otra cosa es que su interpretación sea satisfactoria teniendo en cuenta la complejidad de lo que se quiere contar y la exigencia de una cámara que rueda la rutina diaria de forma inmisericorde con los actores y con el espectador.

La primera parte es una sucesión de planos de ella comiendo, masturbándose, hablando por teléfono y comiendo otra vez. Dependiendo del día esto se puede considerar claustrofóbico o irritante. Si se consiguen aguantar esos 40 minutos, lo que viene después quizá sea más interesante, una relación autodestructiva, masoquista y hasta cierto punto incomprensible.

Relacionada íntimamente con algunas salvajadas que de vez en cuando llegan de Asia, es difícil recomendar algo así. Sólo para aficionados a rarezas y con paciencia para contemplar vidas insólitas.

jueves, 2 de junio de 2011

Medianoche en París

Ya es tradición que en España se escriba que la última película de Woody Allen es muy buena frente a la mediocridad de su reciente filmografía. El problema es que eso también se dijo de la anterior. ¿Tal vez porque Jaume Roures es productor de sus últimos títulos?

Con Allen vivimos el día de la marmota. No sólo porque sus películas se parecen mucho las unas a las otras sino porque siempre leemos las mismas críticas y porque se repiten los llenos absolutos en la Plaza de los Cubos (los gafapastas son incondicionales). ¿Hay para tanto?
El problema de Woody está en su repetición temática, en su continuo mirarse el ombligo. En su día esto fue novedoso y fresco pero, 40 años después, aburre. En Medianoche en París su protagonista es un Owen Wilson (por cierto ¿qué le pasa en la nariz?) que imita al director y que interpreta a un guionista brillante, inseguro, que vive a todo trapo, tiene novia rica, se mueve en París en Mercedes, vive en un hotel de cinco estrellas y lleva en el bolsillo muchos billetes de 100€. En un momento dado, retrocede a los años 20 pero no para visitar chabolas ni los arrabales y miseria de la capital francesa, sino para codearse en fiestas de lujo con Scott Fitzgerald y Picasso.

Entretanto, varios diálogos ingeniosos, alguna idea interesante, un reparto de relumbrón, Carla Bruni poniendo caritas y muchas postales bonitas de París (el comienzo es un sonrojante spot turístico). ¿Hay para tanto?. Definitivamente no, pero vista la cartelera, tomada por piratas cutres y superhéroes hormonados, es de lo poco potable para ver ahora mismo.