El último cine francés tiene fama de ladrillo, en muchos casos con fundamento, pero como cualquier generalización puede ser injusta. Villa Amalia recoge lo mejor y lo peor del país vecino: Temas diferentes, atractivos, que por supuesto nunca Hollywood (ni el cine español) abordará, pero con una forma narrativa morosa, a veces crispante.
Isabelle Huppert es de nuevo pianista aunque, a diferencia de la película de Michael Haneke en la que también lo era y encontraba placer sexual en cortarse la vagina con una cuchilla de afeitar, aquí decide plantar a su infiel marido y dejarlo todo para huir lejos del mundanal ruido. La actriz francesa clava como nadie estos papeles de tía borde.
Nos da mucha envidia verla en playas desiertas de la Bretaña o con vistas espectaculares desde una recóndita villa italiana mientras en España cuesta encontrar hueco para la sombrilla. Y tal vez también nos dé envidia ver cómo se escapa para iniciar una vida quizá más solitaria pero seguro que más feliz. Lástima que no tengamos pianos por los que nos paguen un pastón en efectivo como a ella.En pleno verano tenemos más tiempo y más paciencia para disfrutar del cine contemplativo, pero a ratos apasionante, que nos ofrece Benoît Jacquot. Habrá quién lo encuentre irritante, pero hay veces en las que merece la pena hacer un pequeño esfuerzo para alejarse de todo, aunque sea sólo viendo una película.
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