
La experiencia que nos propone
Canino se parece a la que en su día tuvimos al descubrir a
Michael Haneke o
Atom Egoyan. Pocas veces tenemos el placer de encontrar a un director que trae ideas nuevas, rupturistas, revolucionarias y si en su día gozamos y nos revolvimos con
Funny Games,
El Liquidador o
Exotica, ahora llega de Grecia lo más extraño y apasionante que hemos visto en mucho tiempo.

Con una narración aparentemente sencilla y escasos o casi nulos medios materiales,
Giorgos Lanthimos nos introduce en un mundo asfixiante, paradójico, surrealista, inquietante, delirante. La familia sobreprotectora como cárcel, la educación como manipulación y el cine como liberación (curioso el papel que juegan
Rocky y
Tiburón en el desenlace de la película). Parábola social y política, especialmente potente en los tiempos que corren, plagados de miedos al exterior (fomentados desde casa o desde la televisión), Canino consigue con su abrumadora humildad divertirnos, fascinarnos, aterrorizarnos y, sobre todo, dejarnos petrificados en la butaca.

No es una película para recomendar. Quién se atreva a verla puede salir escandalizado, asqueado o maravillado. Y es que observar la miseria humana en todo su esplendor no siempre es fácil ni agradable. Pero seguro que a
Buñuel le habría encantado
Canino, una sorpresa tremendamente estimulante.