
Desde sus inicios, el cine se ha debatido entre las dos vertientes de las que nació: El espectáculo de barraca de feria y la aspiración a convertirse en un arte. Avatar se inclina claramente por la barraca de feria.
Lo último de James Cameron se nos ha vendido como lo máximo en innovación. Yo sólo puedo certificar que su versión en 3-D deja a la vez boquiabierto y sin aliento. El espectador se ve envuelto en la acción en una experiencia absolutamente nueva y que ninguna otra película había conseguido hasta ahora.
Es una pena que el director haya elegido para semejante alarde técnico un relato ñoño, una metáfora demasiado evidente sobre algunos de los conflictos que vive hoy el mundo (Irak, Afganistán), apología a la vez del ecologismo, la religiosidad y la guerra (¿?), y finalmente maniquea, pretenciosa y con un metraje claramente excesivo. Cameron, elevado a los altares tras el exitazo de Titanic, parece no ser consciente de que lo mejor de su filmografía está en su capacidad para generar tensión y para rodar como nadie las escenas de acción. Terminator, Aliens, o la segunda mitad de Titanic nunca han sido superados en el género. Sin embargo, él parece empeñado en contar una “gran historia” que le viene muy grande.
Avatar es un gigantesco espectáculo, especialmente sus escenas bélicas, dos horas y media en un circo de seis pistas repleto de gallifantes (hay que ver qué look se ha elegido para los habitantes de Pandora…) y con un ritmo endemoniado. Quizá somos demasiado ambiciosos si, además, queríamos una obra maestra, con un argumento adulto y sugestivo y personajes más complejos. No se puede tener todo, así que a disfrutar en la barraca de feria con las gafas puestas y a esperar a que Cameron se decida a volver a la ciencia ficción siniestra que tan bien se le da.
Lo último de James Cameron se nos ha vendido como lo máximo en innovación. Yo sólo puedo certificar que su versión en 3-D deja a la vez boquiabierto y sin aliento. El espectador se ve envuelto en la acción en una experiencia absolutamente nueva y que ninguna otra película había conseguido hasta ahora.
Es una pena que el director haya elegido para semejante alarde técnico un relato ñoño, una metáfora demasiado evidente sobre algunos de los conflictos que vive hoy el mundo (Irak, Afganistán), apología a la vez del ecologismo, la religiosidad y la guerra (¿?), y finalmente maniquea, pretenciosa y con un metraje claramente excesivo. Cameron, elevado a los altares tras el exitazo de Titanic, parece no ser consciente de que lo mejor de su filmografía está en su capacidad para generar tensión y para rodar como nadie las escenas de acción. Terminator, Aliens, o la segunda mitad de Titanic nunca han sido superados en el género. Sin embargo, él parece empeñado en contar una “gran historia” que le viene muy grande.
Avatar es un gigantesco espectáculo, especialmente sus escenas bélicas, dos horas y media en un circo de seis pistas repleto de gallifantes (hay que ver qué look se ha elegido para los habitantes de Pandora…) y con un ritmo endemoniado. Quizá somos demasiado ambiciosos si, además, queríamos una obra maestra, con un argumento adulto y sugestivo y personajes más complejos. No se puede tener todo, así que a disfrutar en la barraca de feria con las gafas puestas y a esperar a que Cameron se decida a volver a la ciencia ficción siniestra que tan bien se le da.