Kazuo Ishiguro es un autor japonés afincado en Inglaterra del que ya se adaptó Lo que queda del día. También muy british (pese al origen del escritor) es la historia de Nunca me abandones, que ha dirigido Marck Romaneck, inactivo para el cine (no para los videoclips) tras Retratos de una obsesión. Poco se puede contar del argumento si no se quiere destripar la trama (cosa que por cierto han hecho en algunas críticas). Enmarcada en la ciencia ficción, la película cuenta con elegancia y frialdad cómo tres amigos deben enfrentarse a un futuro desolador. Destinada a ser película de culto (tiene puntos de contacto con otra joya fantástica que en su día pasó demasiado desapercibida, Gattaca), plantea con inteligencia cómo se puede asumir lo más terrible con sumisión si te han educado en ello o cómo la sociedad puede cerrar los ojos ante atrocidades científicas si ve un beneficio en ellas. Gran parte del éxito del resultado se debe a Carey Mulligan y Andrew Garfield, que resuelven con eficacia sus difíciles papeles. Y también está Charlotte Rampling, convertida en una inquietante presencia que borda su siniestro personaje. Sólo un reproche: La inseguridad del director provoca un abuso algo irritante de una azucarada música que llega a empalagar y contrasta demasiado con el desolador desenlace.
miércoles, 30 de marzo de 2011
domingo, 27 de marzo de 2011
El Rito
Anthony Hopkins ha dicho bastantes veces que dejaba el cine pero, como otros actores que fueron grandes, sigue arrastrándose por productos de segunda, sin que le ofrezcan papeles dignos del talento de quien nos sedujo en El Hombre Elefante, El Silencio de los Corderos, Regresos Howard’s End o Lo que queda del día. Ahora, el director de 1408 (una eficaz adaptación de Stephen King) le mete en la piel de un sacerdote especializado en exorcismos que debe enseñar a un estudiante con problemas de fe cómo se las gasta el demonio. Con el beneplácito del Vaticano y de Paloma Gómez Borrero (que firma la frase que sirve de promoción al film), la historia acaba siendo un Harry Potter en la escuela de exorcismos, con un punto de estampa turística (siniestra) de Roma, con un protagonista muy sobreactuado y con un Colin O’Donoghue (el cura joven) incapaz de transmitir todos los conflictos que supuestamente acechan la conciencia del personaje. Pese a tanto supuesto rigor e inspiración en hechos reales, todo resulta demasiado inverosímil. Tal vez el cine de exorcismos ya lo dijo todo en la imitada y nunca igualada obra maestra de William Friedkin de 1973 y todo lo que ha venido después nos parece una descafeinada copia. Nos queda, eso sí, una de las más insólitas escenas de los últimos tiempos: Un Hopkins-sacerdote semidesnudo observando con pinta de loco la cúpula de San Pedro desde un mirador que abofetea salvajemente a una niña.
jueves, 24 de marzo de 2011
Elizabeth Taylor
El cine perdió a Liz Taylor hace mucho, cuando dejó de hacer películas. Pero al menos sabíamos que estaba ahí, que había sobrevivido a todo, a la fama en su punto máximo, a ser adorada por millones de personas en todo el mundo, a su belleza espectacular, al glamour y al lujo, a las pasiones desatadas, a las adicciones, a los excesos, a la decadencia. Y que apareciese donde apareciese, con el pelo rapado por una operación o con su nuevo y extravagante marido, sus ojos nos iban a impresionar como siempre. Recordemos 10 títulos imprescindibles: Mujercitas (Mervyn LeRoy): Amy fue quizá su primer gran papel tras demasiado tiempo cuidando a Lassie. Con un reparto espectacular, la adaptación de la novela de Louisa May Alcott fue en su día la referencia para millones de jovencitas, algo parecido a lo que es Crepúsculo en la actualidad.
Un lugar en el sol (George Stevens): La historia de una niña pija y mimada que enloquecía al trepa Montgomery Clift fue la primera de las obras maestras en las que participó. Liz estaba deslumbrante en este manual sobre el arribismo, pero en la retina se nos quedó la escena de la barca con Clift y Shelley Winters.
Gigante (George Stevens): Película mayúscula, para verla una y otra vez. Taylor, James Dean y Rock Hudson. Ambiciones, rencores, amores imposibles. Folletín de lujo, melodrama antológico, su grandeza nos deja sin adjetivos
La gata sobre el tejado de Zinc (Richard Brooks): Aquí se fraguó el icono Taylor. Ardiente y desesperada, trataba de llevar a la cama a un Paul Newman obsesionado por su “amigo” muerto. Maggie es uno de los personajes cumbre de la historia del cine, y sus escenas con Newman son eternas.
De repente, el último verano (Joseph L. Mankiewicz): De nuevo Tennessee Williams, de nuevo la homosexualidad acechando un amor imposible. Ramificaciones psiquiátricas y hasta terroríficas (había incluso caníbales…). Y junto a Liz, Montgomery Clift y Katharine Hepburn. Aunque no haya envejecido del todo bien, merece la pena ser rescatada y recordar que, cuando éramos pequeños, en TVE la ponían una y otra vez.
Una mujer marcada (Daniel Mann): Su primer Oscar llegó con un melodrama mediocre que pareció una compensación por habérselo negado en sus grandes papeles anteriores. Hacía de prostituta y esto era muy escandaloso.
Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz): Apoteosis de la desmesura y ruina de la Fox, pero otra obra maestra de su director. Pese a la pesadilla del rodaje, los problemas sin fin y los caprichos de la diva (le llevaban la comida en avión todos los días desde su restaurante favorito de París), nos queda una larguísima película de esas que se disfrutan y mucho en una tarde de fin de semana.
¿Quién teme a Virginia Woolf? (Mike NIchols): Con 34 años le llegó su segundo Oscar. Vulgar, gorda, alcohólica, malhablada, su Martha será recordada porque se peleaba con el que era su gran amor en la vida real, Richard Burton. Se decía que ella tenía orgasmos sólo con escuchar la portentosa voz del actor inglés. Eso sí que eran chismes sofisticados y no los de Sálvame.
Reflejos en un ojo dorado (John Huston): En su último gran papel, compartía protagonismo nada menos que con Marlon Brando, un atormentado militar que no le hacía demasiado caso, obsesionado por un soldado que ignoraba su existencia. Y además se basaba en una novela de Carson MacCullers, autora a recuperar y a reivindicar.
El espejo roto (Guy Hamilton): Los amantes de los whodoits no podemos dejar de destacar en su filmografía esta adaptación de la novela de Agatha Christie. Es una película menor, pero que rescataba a muchas estrellas que estaban en un retiro absolutamente prematuro. Aquí compartió cartel con Kim Novak, Tony Curtis, Angela Lansbury y Rock Hudson. Sólo por eso, merece ser vista.
sábado, 12 de marzo de 2011
Los Chicos Están Bien
Lisa Chodolenko debutó a finales de los 90 con High Art, una película sobre artistas pijas, lesbianas y abusadoras de estupefacientes. Tras un tiempo en la televisión, vuelve al cine por la puerta grande (éxito en Sundance y varias candidaturas a los Oscars) para contarnos que la lesbiana de clase alta ahora está casada (o como se llame en EEUU la unión de personas del mismo sexo) y con hijos, y sus problemas son otros. Si en High Art sospechábamos que Chodolenko contaba muchas experiencias personales, en Los Chicos Están Bien lo constatamos por la clonación física que el personaje de Annette Bening es de la directora (ver foto bajo estas líneas)
Esté o no basada en su vida, la narradora nos acerca a una pareja muy acomodada cuyos mayores problemas están en qué flores colocar en el jarrón o, en el caso de Julianne Moore, a qué dedico mi tiempo libre porque no tengo trabajo ni lo necesito porque mi mujer me mantiene y muy bien mantenida. En un entorno tan idílico, con unos hijos que no han tenido problemas de integración pese a que sus madres sean lesbianas declaradas (tal vez porque en EEUU no existe Intereconomía), irrumpe el padre biológico (Mark Ruffalo), el que donó el semen y, seguramente, el mejor personaje de la película, el más incoherente y el más imperfecto y, por eso, el más simpático pese al castigo final (demasiado políticamente correcto) que le impone la directora.
Esté o no basada en su vida, la narradora nos acerca a una pareja muy acomodada cuyos mayores problemas están en qué flores colocar en el jarrón o, en el caso de Julianne Moore, a qué dedico mi tiempo libre porque no tengo trabajo ni lo necesito porque mi mujer me mantiene y muy bien mantenida. En un entorno tan idílico, con unos hijos que no han tenido problemas de integración pese a que sus madres sean lesbianas declaradas (tal vez porque en EEUU no existe Intereconomía), irrumpe el padre biológico (Mark Ruffalo), el que donó el semen y, seguramente, el mejor personaje de la película, el más incoherente y el más imperfecto y, por eso, el más simpático pese al castigo final (demasiado políticamente correcto) que le impone la directora.
Lo mejor es el reparto, con una Bening estupenda y que ya merece un Oscar por su carrera aunque este año no ha podido ser, barrida por la portentosa Natalie Portman de Cisne Negro. También destaca Ruffalo (aunque tanta sonrisa puede acabar hartando) y la siempre en su punto Moore. Y la historia es divertida y entretenida, aunque muchas veces nos preguntemos qué nos aportan los conflictos intrascendentes de yankis forrados con casazas y cochazos que nos plantea constantemente el cine y la televisión hechos allí.
4 Candidaturas Oscar 2011: Película, Actriz (Annette Bening), Actor Secundario (Mark Ruffalo) y Guión Original
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