El cine danés hace tiempo que nos sorprende con temáticas muy diferentes a las tratadas en otras latitudes. Sólo en una sociedad tan avanzada podía surgir el movimiento dogma, películas como Celebración o cineastas como Las Von Trier cuyo Anticristo nos dejó hace poco boquiabiertos por su radicalismo. Seguramente cuando todas las necesidades básicas están cubiertas (con trabajo y esplendorosos estado del bienestar más que asegurados) a uno se le empieza a ir la olla y se plantea problemas psicológicos, sexuales o afectivos inéditos en otros países.
Susanne Bier ha ganado el Oscar a la Mejor Película Extranjera con esta historia sobre un médico cooperante en África que se encuentra con que su hijo que lo tiene todo se enfrenta a problemas de acoso en el colegio y a los que le acarrea un nuevo amiguito que no es tan bueno como aparenta. Como en obras anteriores de la directora, el acabado técnico es brillante, pero se echa de menos que vaya más al grano y acaban saturando tantos frentes abiertos: Las relaciones conflictivas de los padres, el niño traumatizado, la madre muerta de cáncer con un sufrimiento extremo, la guerrilla africana atacando un campamento, el líder sanguinario que abre en canal a las embarazadas…Todo un cóctel tremebundo de dramas, bastante inverosímil que se den todos juntos. La propia realizadora reconoce que la violencia en los colegios no es un problema especialmente grave en Dinamarca, pero parece haber querido buscar algo malo en un lugar en el que es difícil encontrarlo. Y esa conclusión sobre la aparente mayor felicidad de los niños más pobres del mundo frente a la frustración de los más afortunados del planeta es, cuando menos, discutible.
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