Ahora sus aspiraciones son muy altas. Los parecidos de Contagio con su película más premiada, Traffic, son evidentes. Tras la crisis mundial (y posterior escándalo por la alarma ¿injustificada?) que supuso la Gripe A, el director se propone diseccionar los mecanismos de transmisión de un virus altamente contagioso en pleno siglo XXI y cómo occidente podría reaccionar ante una avalancha de muertes y pánico desconocidos en el primer mundo desde hace mucho tiempo. Todo ello cerca del rigor documentado y lejos de las paranoias apocalípticas del cine de terror.
La brillantez de la primera hora es desarmante. Con un pulso envidiable nos introduce en todos los frentes de la situación de emergencia (las autoridades, los medios de comunicación, los investigadores, las víctimas). El problema es que después todos parecemos estar exhaustos, empezando por el propio narrador, y las ambiciones de abarcar demasiado acaban desbordadas. En especial se resiente la descripción del pánico, que queda desdibujada ante la frialdad científica que preside el desenlace.
Y el mayor merito de Soderbergh: Salimos de la sala aterrorizados ante la posibilidad de tocar el pomo de una puerta o rascarnos la nariz, como Howard Hughes. Avisados quedáis.