viernes, 3 de julio de 2009

Ángeles y Demonios


Mi primer contacto con el universo de Dan Brown ha sido esta película. No he leído El Código Da Vinci ni he visto su adaptación al cine, pero la curiosidad me ha empujado a saber lo que triunfa en la taquilla pre-veraniega y qué han hecho con la novela original el director Ron Howard (ganador del Oscar por Una mente maravillosa) y sus multimillonarios guionistas (Akiva Goldsman y David Koepp)

Ron Howard es mucho mejor en su oficio que Brown y si consiguió elevar a tenso thriller la entrevista que David Frost hizo a Richard Nixon (un acontecimiento que al resto de la humanidad nos importaba un bledo), aquí también logra imágenes impactantes y un espectáculo entretenido partiendo de los materiales de derribo del libro que adapta.

Porque de derribo es la delirante gimkana por Roma de los protagonistas, apoyada aquí y allá por frases y hechos históricos sacados de contexto y por un esquematismo que reduce el significado de algunas obras de arte a un simple juego, a un absurdo código y a una conspiración de sociedades secretas que empujarían a Bernini de nuevo a la tumba si supiese que en la sociedad actual de la desinformación muchos conocerán por primera vez su Éxtasis de Santa Teresa gracias a que Tom Hanks pasaba por allí.

Así, el talento del director choca con lo lamentable de la historia que alcanza cotas indescriptibles en el clímax final cuya acumulación de despropósitos llega al absurdo (la escena del paracaídas sobre la Plaza de San Pedro tomada por hordas que parecen estar asistiendo más a un partido de fútbol que la elección de un nuevo Papa es propia de un desfase de LSD)

En definitiva, Dan Brown aspiraba a crear a un nuevo Sherlock Holmes, pero sus tramas parecen salidas del peor James Bond o del más inverosímil capítulo de Misión Imposible. Nos queda la polémica sobre el daño que se supone estas historias hacen a la iglesia, aunque, como es habitual en Hollywood cuando se acerca al Vaticano, la supuesta crítica inicial queda diluida por la fascinación que generan los rituales de Roma, los hábitos, los sellos y los edificios que acaban conquistando a los escépticos artistas que finalmente muestran de nuevo al Papa como una figura intocable rodeada de un halo de santidad.

Ángeles y Demonios es un espectáculo descerebrado pero distraído, en el que los más perversos disfrutarán analizando los horrores que los cirujanos plásticos han hecho en la cara y el pelo de Tom Hanks, y descubriendo que más que un ataque a la iglesia, parece que a Brown le pagaron desde la Banca Vaticana para hacer un ejercicio de marketing en el que las tradiciones de la jerarquía católica pintan finalmente más vistosas y heroicas que nunca.

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