lunes, 21 de septiembre de 2009

Distrito 9


La relación entre ciencia-ficción y metáfora política o social siempre ha estado presente en el cine. Si durante la Guerra Fría los extraterrestres simbolizaban la temida invasión soviética, según Spielberg estos seres eran una oportunidad para la humanidad de conocer y confraternizar con otras culturas (suena pedante, pero ¿Qué eran ET y Encuentros en la Tercera Fase sino pastelitos tiernos del buenrrollismo interespacial?). El propio Spielberg, con los años, se dio cuenta que si los hombres se llevaban tan mal entre ellos, yendo directos a la autodestrucción, no había posibilidades de paz con otros planetas y de ahí surgió La Guerra de los Mundos.

Ahora, Distrito 9 nos propone una parábola muy obvia sobre el racismo vigente en Sudáfrica, pero esto no es lo más destacado de la película. Un guión inusualmente sinuoso, nos lleva con buen pulso por un callejeros de la marginalidad extraterrestre, un vivir cada día en la favela alienígena. Con constantes y desconcertantes giros, el mayor valor de la primera película de Neill Blomkamp está en su originalidad narrativa y en su capacidad para enganchar a costa de sorprender con una historia planteada de forma poco habitual en el género.

En el lado negativo, el aspecto visual resulta cargante. Con un estilo muy Michael Bay, los planos apenas duran 30 segundos. Confundir montaje sincopado con acción está muy de moda, lo que sin duda incrementa la venta de aspirinas en las farmacias cercanas a las salas. Aunque quizá el mayor error de Blomkamp está en esos extraterrestres con los que resulta imposible empatizar, una especie de gambas gigantes que emiten sonidos absurdos, de aspecto repugnante, que el director quiere que acaben resultando cercanos para el espectador y no lo consigue en absoluto. En cualquier caso, tras el taquillazo, tenemos gambas o lo que sean para rato en las continuaciones que ya se preparan.

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