Otra vez los vampiros. La pasión por ellos sólo es igualada por la que despiertan los superhéroes de la Marvel. Ahora, entre True Blood y la saga Crepúsculo tenemos chupasangres para rato. Y nos faltaba El sicario de Dios, que parece querer iniciar otra saga con un final más que abierto que sugiere una segunda parte inmediata.
El argumento suena a ya visto u oído. En un mundo de oscuridad los vampiros han perdido una guerra y se han retirado a lejanas madrigueras. Gobierna un extraño clero, fanático y violento, que puede recordar a la Edad Media. Una chica es secuestrada y su hermano inicia una peligrosa búsqueda.
Como vemos, las cruzadas y Centauros del desierto se encuentran en una historia sin demasiadas pretensiones y que, quizá por eso, entretiene más que otras. Un buen reparto, un ritmo en su punto justo (dura hora y media y no le sobra ni le falta ni un minuto), unos bichos conseguidos, exceso de ordenador (hasta los actores parecen generados por algún software), y un clímax final con tren y mamporros ideal para una tarde palomitera.
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