Sus libros enganchan, están bien escritos y se parecen unos a otros en sus personajes solitarios que se conocen en circunstancias difíciles y entablan conversaciones casi de confesionario. El tiempo dirá si su obra perdura o si simplemente ha sabido dar en el clavo de las preocupaciones de una generación determinada.
Ahora llega la primera adaptación al cine y curiosamente no la ha realizado un japonés sino un vietnamita afincado en Francia (los gabachos han visto claro el business de sus millones de fans). Es Tran Anh Hung, cuyo Olor de la papaya verde nos descubrió en los 90 que el cine contemplativo no era patrimonio exclusivo de Irán.
La traslación de Norwegian Wood (el título lo cambió en España el editor por Tokio Blues) resuelve con la voz en off algunos pasajes, mientras opta por un fuerte lenguaje visual especialmente en la segunda parte. Las imágenes son muy hermosas, pero la morosidad en la narración (casi se tarda más en ver la película que en leer el libro) es un lastre casi insalvable para los no aficionados a la observación de naturalezas muertas.
Por lo demás, Murakami en estado puro: Mucho sexo y mucha depresión. Mejor llevarse el Prozac para tomarlo de postre.
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