La segunda superproducción china que se ha estrenado en un mes resulta ser, al contrario que Acantilado rojo, una relativa decepción sobre todo tras haber leído todo lo que se escribió sobre ella por su premio en el Festival de San Sebastián. La concha de oro no es un galardón muy fiable teniendo en cuenta las basuras que jalonan el palmarés donostiarra a lo largo de los años, pero parecía que esta vez la decisión del jurado era aplaudida por crítica y público.
Sin duda Ciudad de vida y muerte impacta, sobre todo porque nos cuenta una matanza más o menos desconocida en occidente: la perpetrada por tropas japonesas en la ciudad de Nanking, capital provisional de China, entre 1937 y 1938. Sus imágenes intentan llevarse la palma a las más bestias, con mucha muerte y poca vida. En un descarnado blanco y negro, pasamos de una matanza a otra, de una violación múltiple al asesinato a sangre fría de una niña.
Todo resulta excesivo, la brutalidad satura, hasta el nazi que aparece es una hermanita de la caridad comparado con los salvajes japoneses. La paranoica locura del tiránico y censor gobierno chino considera sorprendentemente que los humaniza en exceso (¿?) por lo que ha prohibido la película (¡!)
Maniquea, a pesar de sus esfuerzos por disfrazarse de lo contrario, toda la película es un ajuste de cuentas seguramente justificado con los asesinos de más de 300.000 personas. Un documento de la barbarie y la sinrazón, pero que a nivel cinematográfico está lejos del mejor cine antibélico que prefiere sugerir antes que mostrar. Que los japoneses fueron muy malos ya nos lo habían contado mejor otras veces.
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