Tras ganar muchos Oscars con Slumdog Millonaire, Danny Boyle ya dejó dos cosas claras:
* Que sabe tocar determinadas fibras que implican premio
* Que por tocarlas se pone a la mitad de la crítica en contra.
Efectivamente, a los amantes del cine iraní les irritó profundamente que la incursión del director en la India tuviese un toque dinámico y comercial, aunque es cierto que había mucho de visión turística y tópica.
Visto el resultado, la opción es perfectamente legítima: La narración engancha y no aburre como sucedía en Enterrado, cuya estricta premisa acababa con bostezos por el poco juego que daba el ataúd. Otra cosa es que haya excesos histéricos de los que se debería haber prescindido (las risas enlatadas) y que la parte final mereciese un mayor desarrollo. Pero la hiperactividad formal es marca de Boyle, que aquí no firma su mejor trabajo pero que demuestra su eficacia como narrador.
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