Las primeras noticias sobre Cisne Negro, cuando sólo era un proyecto, hablaban de un remake de Suspiria de Dario Argento. Y es cierto que el homenaje al giallo (el género del que Argento es el máximo exponente) se palpa en muchos fotogramas, pero Darren Aranofsky ha ido mucho más allá.
En una obra maestra incontestable que nos sumerge en los abismos de la locura, de la autodestrucción por el éxito profesional a cualquier precio, encontramos ecos del terror italiano, pero también del Polanski de Repulsión, del grand guignol e incluso de telefilmes de sobremesa basados en bailarinas y madres posesivas. El director, más inspirado que nunca, trasciende todas esas referencias para llevar la historia a su terreno, el de las emociones, las sensaciones. Como sucedía en Réquiem por un Sueño, Aranosfsky consigue meternos en la piel de su protagonista en una experiencia casi física. Aquí sufrimos y nos angustiamos con Nina, casi parece que nos duelan los pies como a ella, que se nos abran sus heridas (ay, esos arañazos en la espalda…) o que tengamos sus pesadillas.
Con una puesta en escena deslumbrante, una brillantísima fotografía basada en negros y blancos, un tono morboso y malsano (especialmente en los sensacionales personajes de Mila Kunis, la bailarina rival de Nina, y Barbara Hershey que clava a una madre castradora realmente inquietante), un clímax final antológico y una Natalie Portman en estado de gracia (no hay duda, el Oscar es para ella), Cisne Negro es desde ya referencia indispensable para el cine de terror del grande, del bueno, del genial. El que nos lleva a asomarnos al lado más oscuro de nosotros mismos y a asustarnos, y mucho, de lo que encontramos allí.
También hay algo de Kubrick en la obsesión y en esa contradicción humana que aquí contrapone el cisne blanco al negro que llevamos dentro. Sí por fin una obra maestra este año que falta nos hacía al menos en la cartelera belga. Miquel desde Bruselas
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