A Steven Soderbergh siempre le ha gustado ser el más listo de la clase y esto lo traduce en jugar al desconcierto, cambiando constantemente de género, de presupuesto y de resultados con films que van desde Ocean’s Eleven o Erin Brockovich a marcianadas como Full Frontal. Ahora sus aspiraciones son muy altas. Los parecidos de Contagio con su película más premiada, Traffic, son evidentes. Tras la crisis mundial (y posterior escándalo por la alarma ¿injustificada?) que supuso la Gripe A, el director se propone diseccionar los mecanismos de transmisión de un virus altamente contagioso en pleno siglo XXI y cómo occidente podría reaccionar ante una avalancha de muertes y pánico desconocidos en el primer mundo desde hace mucho tiempo. Todo ello cerca del rigor documentado y lejos de las paranoias apocalípticas del cine de terror.
La brillantez de la primera hora es desarmante. Con un pulso envidiable nos introduce en todos los frentes de la situación de emergencia (las autoridades, los medios de comunicación, los investigadores, las víctimas). El problema es que después todos parecemos estar exhaustos, empezando por el propio narrador, y las ambiciones de abarcar demasiado acaban desbordadas. En especial se resiente la descripción del pánico, que queda desdibujada ante la frialdad científica que preside el desenlace.
El reparto es deslumbrante, pero descuellan una sensacional Gwyneth Paltrow (que pide a gritos papeles dignos de su talento que le llegan con cuentagotas) , clave en el relato, y que preside los planos de inicio y de fin de la película; y Kate Winslet, quizá la mejor actriz de su generación, capaz de sobrecogernos con un par de miradas o esa terrible llamada desde la habitación del hotel.
Y el mayor merito de Soderbergh: Salimos de la sala aterrorizados ante la posibilidad de tocar el pomo de una puerta o rascarnos la nariz, como Howard Hughes. Avisados quedáis.













James Wan también dirigió Saw, y allí demostró que más allá de una temática impactante, era capaz de dominar los tiempos y mantener al público clavado en la butaca. En Insidious conserva intacto todo su talento y genera escenas de esas que se quedan grabadas para siempre en la retina del espectador para reaparecer en sus pesadillas.












El cine danés hace tiempo que nos sorprende con temáticas muy diferentes a las tratadas en otras latitudes. Sólo en una sociedad tan avanzada podía surgir el movimiento dogma, películas como Celebración o cineastas como Las Von Trier cuyo Anticristo nos dejó hace poco boquiabiertos por su radicalismo. Seguramente cuando todas las necesidades básicas están cubiertas (con trabajo y esplendorosos estado del bienestar más que asegurados) a uno se le empieza a ir la olla y se plantea problemas psicológicos, sexuales o afectivos inéditos en otros países.














