
Si su mejor película hasta la fecha es La Caja 507, en No habrá paz para los malvados se propone un tour de force de originalidad, con un thriller que juega a sugerir más que a mostrar y a exigir al espectador que interprete lo que ve sin darle demasiadas explicaciones.

La jugada le sale mal, ya que lo que quiere ser original se convierte en aburrido, confuso y falto de interés. Sólo la fuerza de José Coronado y de un arranque poderoso se salvan de la quema en un metraje excesivo lleno de personajes desdibujados y absolutamente prescindibles.
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