jueves, 24 de marzo de 2011

Elizabeth Taylor

El cine perdió a Liz Taylor hace mucho, cuando dejó de hacer películas. Pero al menos sabíamos que estaba ahí, que había sobrevivido a todo, a la fama en su punto máximo, a ser adorada por millones de personas en todo el mundo, a su belleza espectacular, al glamour y al lujo, a las pasiones desatadas, a las adicciones, a los excesos, a la decadencia. Y que apareciese donde apareciese, con el pelo rapado por una operación o con su nuevo y extravagante marido, sus ojos nos iban a impresionar como siempre. Recordemos 10 títulos imprescindibles: Mujercitas (Mervyn LeRoy): Amy fue quizá su primer gran papel tras demasiado tiempo cuidando a Lassie. Con un reparto espectacular, la adaptación de la novela de Louisa May Alcott fue en su día la referencia para millones de jovencitas, algo parecido a lo que es Crepúsculo en la actualidad.



Un lugar en el sol (George Stevens): La historia de una niña pija y mimada que enloquecía al trepa Montgomery Clift fue la primera de las obras maestras en las que participó. Liz estaba deslumbrante en este manual sobre el arribismo, pero en la retina se nos quedó la escena de la barca con Clift y Shelley Winters.














Gigante (George Stevens): Película mayúscula, para verla una y otra vez. Taylor, James Dean y Rock Hudson. Ambiciones, rencores, amores imposibles. Folletín de lujo, melodrama antológico, su grandeza nos deja sin adjetivos
















La gata sobre el tejado de Zinc (Richard Brooks): Aquí se fraguó el icono Taylor. Ardiente y desesperada, trataba de llevar a la cama a un Paul Newman obsesionado por su “amigo” muerto. Maggie es uno de los personajes cumbre de la historia del cine, y sus escenas con Newman son eternas.















De repente, el último verano (Joseph L. Mankiewicz): De nuevo Tennessee Williams, de nuevo la homosexualidad acechando un amor imposible. Ramificaciones psiquiátricas y hasta terroríficas (había incluso caníbales…). Y junto a Liz, Montgomery Clift y Katharine Hepburn. Aunque no haya envejecido del todo bien, merece la pena ser rescatada y recordar que, cuando éramos pequeños, en TVE la ponían una y otra vez.


Una mujer marcada (Daniel Mann): Su primer Oscar llegó con un melodrama mediocre que pareció una compensación por habérselo negado en sus grandes papeles anteriores. Hacía de prostituta y esto era muy escandaloso.










Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz): Apoteosis de la desmesura y ruina de la Fox, pero otra obra maestra de su director. Pese a la pesadilla del rodaje, los problemas sin fin y los caprichos de la diva (le llevaban la comida en avión todos los días desde su restaurante favorito de París), nos queda una larguísima película de esas que se disfrutan y mucho en una tarde de fin de semana.







¿Quién teme a Virginia Woolf? (Mike NIchols): Con 34 años le llegó su segundo Oscar. Vulgar, gorda, alcohólica, malhablada, su Martha será recordada porque se peleaba con el que era su gran amor en la vida real, Richard Burton. Se decía que ella tenía orgasmos sólo con escuchar la portentosa voz del actor inglés. Eso sí que eran chismes sofisticados y no los de Sálvame.







Reflejos en un ojo dorado (John Huston): En su último gran papel, compartía protagonismo nada menos que con Marlon Brando, un atormentado militar que no le hacía demasiado caso, obsesionado por un soldado que ignoraba su existencia. Y además se basaba en una novela de Carson MacCullers, autora a recuperar y a reivindicar.















El espejo roto (Guy Hamilton): Los amantes de los whodoits no podemos dejar de destacar en su filmografía esta adaptación de la novela de Agatha Christie. Es una película menor, pero que rescataba a muchas estrellas que estaban en un retiro absolutamente prematuro. Aquí compartió cartel con Kim Novak, Tony Curtis, Angela Lansbury y Rock Hudson. Sólo por eso, merece ser vista.

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